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El faisán -1 de 5-

El faisán es un relato breve en 5 capítulos sobre Le Grand Vatel y Luis XIV. La historia nos habla de él como un rey muy mujeriego, un auténtico "tombeur de femmes". Este relato -fiel al desarrollo histórico de los hechos, ficción en las situaciones de alcoba y en todos los supuestos extractos de libros, tratados y ensayos- juega con ese hecho y con un breve leído en un libro de historia: "En 1671, el prestigioso cocinero francés Le Grand Vatel se suicidó porque la comida que había preparado no había sido del agrado de Su Majestad el Rey, Luis XIV..."

I.

- Jean-Baptiste...

- ¿Señor?

- Que venga.

Atravesó como una exhalación el largo corredor que separaba la puerta de servicio y el comedor real. Ni tan siquiera se detuvo a saludar, como hacía habitualmente, a los dos alabarderos que impertérritos custodiaban el acceso a la sala. Con su gorro de cocinero entre las manos, nervioso pero sin abandonar ni por un instante su arrogancia de reputado chef francés, Le Grand Vatel irrumpió en el animado almuerzo con el que el príncipe de Condé había decidido agasajar a sus nobles invitados. Tragó saliva, carraspeó levemente y, mientras altivo desplegaba una amplia reverencia, dijo, en un tono que muchos de los presentes recordarían luego como “de cierta sorna”:

- ¿Majestad?

Estaba profundamente orgulloso de su talento como cocinero. Toda Francia conocía su inigualable habilidad para el guiso; algunas de sus recetas, como el “Cânard au voisses du foie”, habían hecho palidecer de placer a las damas más relamidas y presuntuosas de la ya de por sí algodonada corte de Luis XIV. Su fama alcanzaba tales extremos que entre el pueblo de París corría el rumor -jamás desmentido ni confirmado por él- de que en cierta ocasión doña Ana de Austria, madre de su Majestad, de reconocida seriedad y por aquel entonces Reina Regente del país, bailó desnuda ante sus cortesanos embriagada tras degustar uno de sus guisos, su archiconocido “Douliois du cognac trufeé aux fines herbes”. Este bulo, que culinariamente no resultaba de ningún modo halagador -conllevaba que el maestro restaurador se había pasado añadiéndole al guiso licor-, constituía un capítulo tan caballeresco en su extenso currículum que le agradaba sobremanera, situando su cucharón de madera a la altura de los mejores floretes de Francia, al menos en la boca de los campesinos franceses.

Circulaba igualmente por las calles de París -y esta sí era una anécdota cierta- que en el otoño de 1660, con su fama todavía sin reconocer, sirvió personalmente al plató del por entonces jovencísimo Luis XIV el menú que, por encargo del superintendente Fouquet, había diseñado para Su Majestad.

Su Majestad...

Su Majestad, en aquel momento más interesado por los pequeños placeres de la vida que por las construcciones megalíticas o las grandes conquistas, quedó tan profundamente prendado de aquel despliegue de sabores y olores -y del porte del gallardo cocinero, según las malas lenguas- que, prescindiendo de cualquier protocolo, invitó a Vatel a tomar el té en la antesala de su Cámara para, según palabras del propio rey, felicitarle y conversar sobre su talento como chef”.

Este rumor, que irritaba sobremanera a Colbert, ministro y válido del Rey (no en vano dictó en su día orden de detener y azotar a quién así difamase al monarca) fue tan sólo el primero de la larga serie de historias que corrieron de boca en boca por la disoluta Francia del siglo XVII, y que tal vez algún día la Historia y las crónicas -como esta que ahora escribo- logren aclarar.”

(De Crónicas de Francia: de Richelieu a Versalles, de H. du Saint-Remy.

Págs. 237-238. Bibl. histórica de Francia)


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