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El faisán -3 de 5-

III.

Alzó su copa de vino y humedeció sus labios. Era un Montrachet viejo, no cabía duda; el mejor vino blanco de Francia. Miró a izquierda y derecha, y observó complacido que toda la corte estaba pendiente de él. Al fin y al cabo, era lo lógico: él era El Rey Sol. Regresó a su copa, bebió un segundo sorbo largo y, tras tres segundos de inquietante silencio, dijo a Condé

- Excelente

Varios “Ah, oh” de aprobación surgieron de entre la audiencia que, satisfecha, aplaudió con exquisitez el gesto de su rey. Condé, halagado, inclinó hacia Su Majestad la cabeza en señal de agradecimiento. Golpeó con el tenedor su copa, y a su señal comenzó el almuerzo que abriría los tres días de asueto con los que había decidido agasajar a la corte y al Rey.

Luis XIV pudo reconocer con rapidez aquel olor. Desde que en 1661, hacía ya diez años, visitó por primera vez al príncipe de Condé, ese aroma persistente no había dejado de abrir los primeros banquetes de cada visita: “Canon d’Agneau à l’Essence d’Estragon”, receta por la que el rey había demostrado notable predilección. Algo había en aquel sabor que perturbaba la habitual quietud del monarca; un rubor casi imperceptible ascendía hasta sus mejillas, y los que junto a él presidían la mesa podían apreciar cómo su respiración se agitaba hasta parecer la de un chiquillo, entrecortada y ansiosa. Inexplicablemente su pulso se tornaba torpe y angustiado, y un hormigueo incontrolable recorría su cuerpo de la cabeza a los pies.

Los comensales habituales conocían de sobra aquella reacción del rey: con el primer bocado, cerraba los ojos, mantenía la carne contra su paladar e inevitablemente sonreía, elevando la cara, con los ojos cerrados, deleitándose en los contrastes, con un placer que en sus cartas madame de Sevigné describiría como “la emoción de quién revive un recuerdo amable y remoto”. Después de tan excelso éxtasis, inequívocamente, Su Majestad recuperaba de súbito el sentido, tomaba su servilleta, limpiaba con sutileza la comisura de sus labios e iniciaba con Condé animadas pláticas, en las que complacía al Rey escuchar de los labios del príncipe las magníficas hazañas bélicas que engrandecían su hoja de servicios.

Tras el matemático ritual, símbolo del beneplácito real ante las delicias servidas, el banquete cobraba brío; el placer con el que el monarca degustaba los distintos platos se contagiaba irremediablemente al resto de invitados, sumergiéndose todos ellos con delectación en el delirio de aromas y sabores que conllevaba cualquier francachela en el incomparable marco barroco de Chantilly. El convite, copiosamente regado con los mejores caldos de la generosa viña francesa, devenía entonces con rapidez en una inmensa algarabía con un único objetivo: la plena satisfacción de Su Majestad el Rey. Bandejas repletas de deliciosos manjares se cruzaban en el incesante trasiego del servicio, que apenas daba abasto para atender a la en otras ocasiones comedida nobleza, vencida en esta ocasión en sus modales a favor de la inigualable cocina del protagonista de la mayor parte de las conversaciones y elogios: aquel soberbio maestro de ceremonias llamado François Vatel.

- ¿Cuál es tu receta preferida?

- Cualquiera de las tuyas...

- Vale, pero ¿cuál?

- Está bien... mmh... Sí, ya sé: me encanta tu “Canon d’Agneau à l’Essence d’Estragon”

- De acuerdo; a partir de ahora, cada vez que vengas a ver al príncipe, ese será el primer sabor que degustes. Será... nuestro mensaje secreto particular. Significará que alguien te espera para, en fin, ya sabes...

- Eres El Amante del Rey, ¿te das cuenta? Si fueras mujer y Colbert lo supiera, no tardaría en hacerte marqués...

- Mejor que las cosas queden como están...

- ¿Porqué no te vienes conmigo a palacio? Si le pido a Condé que prescinda en mi favor de tus servicios, le faltará tiempo para ordenar que te recoja un carruaje...

- Mi sitio está aquí; si me tuvieras allí no tardarías en dejarme de lado... Además Colbert no es tonto: tus visitas a Chantilly acabarían espaciándose, y pronto deduciría que lo que te traía hasta aquí era yo, y no por mi espléndida cocina...

- Tú eres un vanidoso

- ¿Acaso no es así?

- Deberías ser un poco más cuidadoso con esas cosas; soy El Rey, podría hundirte, a ti y a tu fama...

- Ven aquí...

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