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Manifestación

Manifestación

Nunca voy a manifestaciones. Cada día más, me desquicia toda esa simbología vacua que, a mi entender, sólo sirve como bálsamo para la autocomplacencia y de distracción de las masas. Lo mismo me da símbolos preconstitucionales que manos blancas, banderas autonómicas, ataúdes, caretas de líderes mundiales o lazos de diversos colores; a base de repeticiones, les sucede lo mismo que a las palabras, que acaban perdiendo el sentido. En más de una ocasión, de pequeño, fui con mi padre a algún Primero de Mayo, y al margen de la formidable colección de pegatinas, chapas, gorritas y banderolas que me llevaba, no me acababa de quedar muy claro qué hacía toda aquella gente dando aquel mastodóntico paseo por Independencia. Lo mismo me sucedió, más crecidito, con las Marchas desde la Base Americana (dirección contraria a la habitual, nótese) reivindicando la recolocación de los trabajadores de la P.A.E., que siempre se convertían en un improvisado y copioso almuerzo itinerante pero que, como se pudo ver con el tiempo, no llegaron a ningún puerto por más empeño que pusiéramos soplando en nuestros silbatos.

Sin embargo, hay una manifestación a la que sí que acudiría. Una manifestación espontánea, cívica, con prohibición expresa de asistencia a cualquier sujeto que presentara una excesiva significación política: nada de afilados con carnet, episcopalianos, periodistas de medios tendenciosos -de uno y otro bando-, excandidatas con chupa de cuero, expresidentes con bigote y otras gentes de mal vivir. Una que reivindicase el cese de las sandeces de los cargos políticos electos por encima de cualquier cosa; que recuperara el derecho a tirar a la gente al pilón. Convocada bajo el lema genérico “Distingo entre palabra y palabrería: POR CADA TONTADA, UN POLÍTICO AL PILÓN”, podría contar con otros eslóganes, del tipo “Al menos guíñame un ojo”, “El lema nos ha salido a la primera”, “Un poco de vergüenza torera”, u otros más obvios en plan “Pozí podría ser parlamentario”, “Mi galápago dice cosas más inteligentes” o “Consigues que crea que me tomas por tonto”. Que de alguna manera les quedara claro; a mí no me están tomando el pelo.

Y es que cansa, cansa mucho tener que escuchar a diario tal sarta de melonadas, que a uno le dejan con la duda de si exiliarse al Congo Belga (o a Ngoma, dichosa república ya casi olvidada) o echarse al monte con un fusil.

Debería ser una manifestación blanca, silenciosa, sin insignias ni consignas; simplemente gente caminando, con las manos en los bolsillos y cara de cansancio, conversando sosegadamente en torno a una novela, su último viaje, el mejor café, el caudal del Ebro, sus cinco canciones favoritas, recetas de cocina imprescindibles, o lo bonito que puede llegar a ser ver cómo sale el sol sin que nadie venga a joderte a gritos la mañana.

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