Hoy recomendamos... Paul Auster
No busco excusas para esta nueva dilatada ausencia, pero a veces en la vida las cosas se complican. Y esta vez a mí se me han complicado. Es más, en esta ocasión ni tan siquiera voy a prometer regularidad en lo venidero; que luego no cumplo. Se hará lo que se pueda. Iremos viendo.
Durante muchos años he sido un lector empedernido, de los que se escondían debajo de las sábanas con un libro y una linterna. Ya de más mayor, en 3º de B. U. P., tuve la fortuna de descubrir la Literatura Contemporánea gracias a una profesora que tuvo el tino de tratar el tema no como una cuestión profunda, sino con la mayor trivialidad posible (a diferencia del profesor de 2º que contra todo pronóstico consiguió, con su desinterés por los textos y su afición a las fechas, que deseara fervientemente que la quema de libros en tiempos de la Inquisición no se hubiera quedado tan corta). Sin embargo el paso de los años, la falta de tiempo -ah, el tiempo- y la cantidad de cosas malamente almacenadas en mi cabeza han ido mermando cada vez más esa capacidad que me permitía abstraerme del mundo a través de los libros, hasta el punto de dudar de si la había perdido definitivamente.
Así que recientemente, y sin demasiadas esperanzas a decir verdad, comencé la lectura de la última novela de Paul Auster, casi resignado a que acabara sus días como tantas otras en el Limbo de los Justos de mi mesa, en la que se acumulaban ya una docena de libros apenas empezados. En cambio, y a pesar de tan poco halagüeñas perspectivas, no ha transcurrido ni siquiera una semana desde que cerrara la última página del libro, regresando dulcemente de Manhattan a mi sofá y recuperando esa sensación casi olvidada del placer de la lectura, de la que hacía tiempo que no disfrutaba.
Evidentemente, no voy a descubrir a Paul Auster. Ni tampoco diré que hablamos de su mejor obra, aun tratándose de una lectura muy recomendable para los tiempos que corren. Pero sí diré que me gustaría tener algún día la oportunidad de agradecerle lo que hizo por mí sin saberlo, escribiendo Brooklyn Follies.
"- ¿Eso es lo que haces por la noche cuando estás aquí solo?¿Sentarte ahí a ver películas porno de lesbianas?
- Hmmm. Nunca se me ha ocurrido. Debe ser más divertido que sentarme a escribir mi estúpido libro.
- No me tomes el pelo. Estoy al borde de un ataque de nervios, y tú gastando bromas.
- Porque no es asunto nuestro, por eso.
- Nancy es mi hija…
- Y Rory mi sobrina. ¿Y qué? No nos pertenecen. Sólo las tenemos en préstamo.
- ¿Qué voy a hacer, Nathan?
- Puedes hacer como si no supieras nada y dejarlas en paz. O si no puedes darles tu consentimiento. No tiene por qué gustarte, pero ésas son las dos únicas cosas que puedes hacer.
- También las podría echar de casa, ¿no crees?
- Sí, supongo que sí. Y acabarías lamentándolo durante todos los días de tu vida. No vayas por ese camino, Joyce. Intenta encajar los golpes. Lleva la cabeza alta. Que no te tomen el pelo. Vota a los demócratas en todas las elecciones. Pasea en bici por el parque. Sueña con mi cuerpo inigualable y perfecto. Toma vitaminas. Bebe ocho vasos de agua al día. Apoya a los Mets. Ve mucho al cine. No te mates a trabajar. Haz un viaje conmigo a París. Ven al hospital cuando Rachel tenga al niño y coge en brazos a mi nieto. Cepíllate los dientes después de cada comida. No cruces la calle con el semáforo en rojo. Defiende al débil. Hazte valer. Recuerda lo hermosa que eres. Acuérdate de lo mucho que te quiero. Bebe un whisky con hielo todos los días. Respira profundamente. Mantén los ojos abiertos. No comas grasas. Sueña el sueño de los justos. Recuerda cuánto te quiero.”
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jcuartero -