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Pánico en la rampa (otros textos)

Autobiografía

Autobiografía

Nazco. Me pierdo en la playa de la Concha. Me encuentran. Experimentando, me introduzco una pintura azul en la nariz. Primera visita a Urgencias. No sé a santo de qué, pero recuerdo haber ido al colegio con un disfraz de tomate hecho de cartulina.

Camino de la mano con mi abuelo. Lo pasamos bien juntos; con cincuenta pesetas él se toma un chato de vino y yo un mosto. En el puente del azucarero un señor le da a escondidas una bolsa llena de cangrejos. Siento cosquillas en la tripa; debemos de estar haciendo algo malo.

Me despierta mi abuela para ir al colegio; he tenido una hermana. Me indigno mucho al saber que ha habido gente que la ha visto antes que yo. Me rebelo; no quiero volver a almorzar galletas con chocolate. Debería ir al colegio con bocadillo, como un mayor.

Asignatura de Dramatización con Don Eliseo. Estudio, lo justo. Hago guitarra; la rompo. Hago ping pong, soy malo. Hago futbito; soy peor. Hago balonmano; soy poca cosa. No me queda claro eso de que todos tenemos algún don.

Cierran la Base Americana. Mi padre se queda sin empleo. Huelga, manifestación, comité de empresa, prestación, impotencia. Dejo de ser niño. Aprendo a saber cuánto cuesta el dinero. (Paréntesis. Día de piscina. Viene una chica bajita con bikini azul de topos; conozco a Beatriz.)

Hago teatro. Más que ninguna otra cosa. Ensayo, monto, construyo. Sé hacer cosas con las manos. Me divierto. Conflicto de intereses: mi madre quiere que sea alguien de provecho; yo no lo tengo tan claro.

Le gusto a Beatriz. Dejo de gustarle. Le vuelvo a gustar. A mí me gusta todo el rato. Cargo y descargo camiones, y soy feliz. Por primera vez en la vida tengo la sensación de ser algo. Un seypo. Conozco a Luis, Begoña, Quinito, Jorge, Víctor… Me enamoro de todos ellos.

Crezco. Nuevos trabajos, desorientación, responsabilidad, independencia; hipoteca. Con una mesa camilla, un dormitorio y un sofá, me mudo a mi nueva casa. Las cosas se precipitan; todo sucede más rápido. Tal vez eche de menos ser niño. Me olvido de cómo se miraba el mar.

 
 
(Punto y seguido)

Pequeñas cosas

 

Cuando me he ido a dormir -ella siempre se acuesta antes que yo-, me he clavado algo en el costado. Era un libro. Se había quedado dormida leyendo.

Me enamoran las pequeñas cosas. He cerrado el libro y lo he dejado sobre mi mesilla, con cuidado de no hacer ruido. La he arropado -estaba un poco destapada, y ella siempre pasa frío por las noches- y me he acostado, sonriente y tranquilo, con la absurda certeza de que todas las cosas en mi vida funcionaban correctamente.

 

No temas

1.

            Es de noche. No sé cómo, ni porqué, estoy en tu cama. Pocas dudas: buscamos algo parecido, y tu pecho aún no ha parado de crecer. Vivo en una burbuja, anhelo tus dedos en mi boca para olvidar la mentira cotidiana de la vida que nos queda. Cada caricia es un adiós, tú no lo sabes, y te dejas desnudar, complaciente y altiva, mientras la cama ya sospecha que la mañana no va a llegar. Algo te lame las heridas: la inocencia, la levedad. Sobre un corcho, navegando, la cera de la vela se derrite sobre tus muslos con la misma incoherencia con la que fluyen mis palabras.

            Rescribo nuestras vidas a ritmo de pasodoble. Ligero, prepotente; estúpido como la humanidad entera. En la cocina se cuece un paquete de pasta y se calienta algo de café.

   2.

            En un museo, miramos una obra. Me seducen las formas, los tonos ocres. Me recuerdan a mi pensamiento o a tu desnudo. Mientras, tú vomitas en una de las papeleras de la sala. Querría follarte allí mismo. Crear nuestra propia gran obra, esculpirte en sudor sobre el parqué. Obviamente, nadie entiende nuestro arte. Tal vez no debiste correrte sobre aquel cuadro de Pollock, me dices. Pero es que a mí no me gusta Pollock. Nos reímos ante la posibilidad de que esto suceda; me besas el cuello y la oreja. Vámonos a casa, me dices.           

Salimos de la galería por la puerta principal, entre risas y claveles. En el dintel nuestras vidas se sostienen; hemos creado nuestra propia gran obra de arte.

3.

            Hablemos de tu desnudo. Es cálido, suave. A veces es abarcable a través de los surcos de la cintura o los pechos. Otras es tan sólo el sabor del clítoris tras el vello, es una isla. En la retina una silueta, a veces abierta, a veces tímida; siempre menuda y bella, inexplicable. Te deseo tal vez porque es lo único que se me ocurre hacer. El resto de opciones resultan tan burdas que ni tan siquiera las valoro. Hoy un espejo, una almohada, son soluciones para una existencia áspera, sin sentido.
 

            Hace frío en la calle. Dentro, una luz cálida y la visión del exterior - gélida, gris - sonrosa las mejillas por debajo de las sábanas. Adaptarse al calor de tu vagina resulta sorprendentemente fácil: el mundo guarda silencio, calla ante esta revelación. Un sueño: en una sesión de teatro, tú estás. La pregunta es, Sin contar con ella, con quién te acostarías, alguien del grupo o de fuera. La respuesta - imprevista -, Alguien del grupo, sí. Regreso a tu cuerpo húmedo, un café humeante tomado en un sofá, en un abrazo, con una manta rodeando dos desnudos sonriendo.

            De fondo sonará Chet Baker. Es diciembre, y me acaricias impúdicamente sin que haya un sólo rastro de rubor.. Hay una colección de CDS, de libros - colores suaves en las tapas, equilibrio sonoro en su orden, en su tamaño / satisfacción personal que subrayan las velas, quizá encendidas -; es blanco el color de la habitación - y de tu pecho - y hasta los sueños violentos - hasta aquel sueño - se pueden contar sonriendo, ya es de noche, y te acurrucas en mi cuerpo y el mundo acaba en ti y empieza en ti, en tu silencio, en tu dormir plácido sobre mi hombro, y en tu sexo apasionado entre el calor, el frío afuera, es diciembre, como una idea visionaria - una caricia en tu cintura, desnuda -, con Chet Baker sonando despacio, en tu pelo, sin otra cosa que buscar en el frío de ahí afuera.